El blog de Wilson Tapia Villalobos

Wilson Tapia Villalobos, Periodista, Director de la Escuela de Periodismo, Universidad La República.

viernes, enero 26, 2007

LA COSECHA

(25.1.07)
Por Wilson Tapia Villalobos

El sembrador siempre espera la cosecha. Es lógico. Si no para qué sembraría. Claro que de vez en cuando la acción no provoca el resultado deseado. Hasta es posible que el labriego ni siquiera sepa las semillas que echó a su campo. Si no fuera así, no existiría aquel adagio: El que siembra vientos, cosecha tempestades. Es difícil pensar que alguien quiera traer hacia sí tempestades. Más razonable parece que el personaje de marras no conocía con qué vientos se metía. O estaba de tal manera obnubilado con lo que había recogido en cosechas anteriores, que le importó un bledo lo que tiraba al surco.
Nuestros labriegos están generalmente felices. Siembran autos, cosechan millones; siembran glúteos, cosechan millones en ventas de cereales, bebidas, carne, mantequilla, jeans, juguetes, etc., etc.; siembran frivolidad en diarios, revistas y programas de televisión, y cosechan millones; siembran sensualidad en programas para adolescentes y cosechan millones; siembran símbolos de status y cosechan millones en ventas de departamentos lujosos, casas de mil metros cuadrados, viajes al extranjero, yates, etc., etc.; siembran apetencias y cosechan millones en intereses de casas comerciales, bancos y financieras; siembran precariedad laboral y cosechan millones Siempre cosechan millones. No se pueden quejar.
Sin embargo, el otro día escuché a Checho Hirane y me pareció alejado de su careta de humorista. Sus palabras me olieron a tempestad. Dijo que ellos nunca llegarían a La Moneda -se refería a la derecha, y ellos eran él y ellos-, porque estaban manteniendo desinformados a los chilenos. Y éstos no se enteraban de las embarradas de la Concertación, corrupción incluida. La perorata fue larga, pero básicamente apuntó hacia el manejo frívolo de la realidad que hacen los medios de comunicación, abrumadoramente en manos de grupos empresariales de derecha. Claro que tenía razón Hirane. Pero las consecuencias -la cosecha- son mucho más graves que no alcanzar la alternancia en el poder político. Y la responsabilidad no es sólo de la derecha.
Estamos ahogándonos con el aire malsano de una ciudad de calles atochadas y se siguen vendiendo miles de automóviles. Peor aún, se trata de implementar un sistema nuevo de transporte público y las críticas son apabullantes antes de que se estrene. El mensaje parece claro, ahoguémonos definitivamente, pero que la cosecha millonaria continúe. La sensualidad sirve para vender cualquier cosa y después se asustan porque hay que tratar de evitar el embarazo adolescente. Los símbolos de estatus dicen claramente que lo que importa es lo que tienes. Que el éxito es lo que vale. Por lo tanto, el fin justifica los medios. Y cuando cosechan corrupción, ponen el grito en el cielo.
El éxito y el hedonismo van de la mano. Y si el placer es lo que manda, los valores de la sociedad anterior están todos en entredicho. ¿Por qué Catalina Depassier se va a detener en la nimiedad de decir que es licenciada en Filosofía sin serlo? Total, Sebastián Piñera afirmó que era profesor de Harvard y ni siquiera llegó a ser ayudante.
¿Por qué el senador Guido Girardi, Sebastián Piñera y Lily Pérez no iban a presentar facturas falsas para justificar sus gastos de campaña, si muchos lo hacen y no sólo por platas destinadas a elecciones? ¿Por qué los jóvenes se van a interesar por la política, si muchos de los que se autodenominan demócratas rinden homenaje al sátrapa? ¿Por qué si desde el parvulario enseñan a los niños a competir, cuando grandes van a ser solidarios? ¿Por qué hay que creer en las instituciones si la Justicia hace diferencias entre ricos y pobres, si el Parlamento es más caja de resonancia de intereses personales que de los verdaderos problemas de la gente? ¿Por qué hay que creerle a los militares, cuando todos sabemos que mintieron y siguen mintiendo acerca del destino de los detenidos desaparecidos? ¿Por qué hay que creer en los Partidos Políticos, si son bolsas de trabajo y no correas de trasmisión para la participación ciudadana? Los chilenos podrán estar mal informados, pero tontos no son.
Hoy estamos en plena cosecha. Y los vientos han comenzado a soplar fuerte. Anuncian tempestades. Pareciera que el sistema fue ideado para esparcir semillas de vientos huracanados. Nadie de los que están en el poder lo quieren ver así. Ni siquiera Checho Hirane acierta completamente con su profecía. A él le preocupa el poder político. Lo que está en juego va más allá. Cuando quienes manejan poder sobornan para circular en camiones con más peso del permitido, no sólo están rompiendo el pavimento. Están destrozando un sistema de convivencia que se basaba en la buena fe, que rechazaba el robo no por la condena moral, sino porque importaba la honradez. Ahora que unos pocos lo tienen todo y que muchos sólo miran el banquete, las cosas han cambiado. Porque esos pocos que manejan el poder hacen lo que se les antoja y aquellos muchos tienen nada que decir. Pueden, sí, mirar la tele e interesarse por las leseras de algún opinólogo (a) que muestra tanta pechuga como desfachatez –que en términos metafóricos vienen a ser lo mismo.
La cosecha no permite dictar normas morales. Ese es el problema principal. Nadie puede hablar de hambre mientras interrumpe su discurso con un eructo provocado por el exceso de proteínas y carbohidratos. Pocos le creerán. Y eso es lo que está pasando.
Estamos cosechando.

miércoles, enero 24, 2007

EL VALOR DE LOS VALORES

(24.1.07)
Por Wilson Tapia Villalobos

La frase valor moral ocupa hoy un lugar destacado en nuestro léxico. Lo valórico se ha transformado en tema de discusión política. Puede que no sea más que una moda. Que dure lo que el suspiro virtual mantiene en el aire la fama de una cara televisiva. Es posible, pero la necesidad de abordar el tema es real. Ahora habrá que ver si quienes aspiran a ser nuestros dirigentes son capaces de estar a la altura de las circunstancias.
¿Qué es lo valórico? En la acepción corriente, el campo que abarca es amplio. Sus márgenes están delimitados por lo moral. Y eso significa que es lo que perfecciona al ser humano. Se lo identifica con el bien, con lo perfecto, con lo valioso. Y es aquí donde se encuentra uno de sus pilares más fuertes. Lo que se contrapone a lo valórico es el mal, lo imperfecto, lo depreciado. De allí su gran importancia. Y eso explica también que aquellos que creen poseer la verdad intenten escudarse en lo valórico para imponer sus puntos de vista.
En Chile ronda desde hace tiempo esta discusión. En varias oportunidades ha surgido en el seno de la coalición de gobierno, la Concertación de Partidos por la Democracia. Entre otras razones, porque los valores morales tienen que ver con comportamientos sociales. Y éstos van variando de acuerdo a distintos factores, como usos y costumbres, que se generan por la presión de la vida en sociedad que se encuentra en constante mutación. Hoy, el concepto Libertad es el mismo que en la revolución francesa. Pero el valor moral que ella encierra es diferente. Y lo mismo podría decir que muchos otros valores que han ido experimentando mutaciones a medida que el conocimiento avanza y que la sociedad soporta más complicaciones en su desarrollo.
En la Concertación conviven a lo menos dos visiones de mundo. Una marcada por la visión de la Iglesia Católica y otra que responde a una concepción laica. El paso del tiempo en el poder y una crisis objetiva en el plano de los valores, han hecho aflorar las diferencias. Y hoy se enfrentan por temas puntuales como el aborto terapéutico o “la píldora del día después”. Ante ambos temas, la Iglesia Católica esgrime una oposición cerrada. En Chile el aborto terapéutico -que se practica cuando el embarazo pone en peligro la existencia de la madre o la vida del hijo por nacer es inviable- era legal hasta 1989. Pocos meses antes de que se reinstaurara la democracia, la dictadura del general Augusto Pinochet lo prohibió. Y los esfuerzos que se hacen hoy por restablecer su legalidad enfrentan el rechazo tenaz la jerarquía católica y de los parlamentarios que profesan esa fe. Este punto no sólo divide a la Concertación, sino también a otros Partidos. Pero en la coalición gubernamental genera escenarios especialmente complejos, ya que la Democracia Cristiana ni siquiera desearía discutirlo.
La posición del Catolicismo fue muy bien resumida por el presidente de la Conferencia Episcopal, obispo Alejandro Goic. En una entrevista señaló que ningún católico puede apoyar el proyecto sobre el aborto terapéutico. Y fue más allá, al preguntarse: “¿Por qué no son sinceros y dicen: Lo que queremos es el aborto y este es el primer paso?”.
El reparto de la “píldora del día después” no ha tenido mejor suerte. Hoy, las cadenas de farmacias bajo el manejo de empresarios conservadores católicos la sacaron del mercado. Y el Ministerio de Salud enfrenta una oposición cerrada por querer entregarla gratuitamente en sus consultorios a las mujeres que han sido abusadas sexualmente.
El punto es complejo. La sociedad chilena claramente está soportando la presión de un sector que, utilizando la presión de su poder económico, desea imponer sus puntos de vista. Es una mirada intolerante y fundamentalista. Cuando se señala esta realidad, la respuesta que da el obispo Goic es terminante: “Hay personas -dice- que buscan reducir a la Iglesia al ámbito de lo privado, sin ninguna incidencia en la vida (sic). Y eso es grave. La Iglesia tiene el derecho a dar su opinión sobre los grandes temas”. Cuando el obispo habla de “La Iglesia”, se refiere a la Iglesia Católica. Es una precisión necesaria, ya que existen otras confesiones que también tienen la denominación de iglesia. Y en cuanto a sus restantes palabras, es conveniente recordar que la religión es un tema privado. Un tema que, como máximo, puede comprometer a otros integrantes de la misma cofradía. Nada más.
Pero esto no es lo único preocupante. Otro punto central lo tocó el ex presidente Eduardo Frei Ruiz Tagle durante la conmemoración de los 25 años de la muerte de su padre. Hablando sobre el tema valórico, Frei Ruiz Tagle llamó la atención acerca de que hay mucha preocupación por la moral sexual y muy poca por la moral social. Una gran verdad.
No se escuchan voces eclesiales ni políticas de resonancia sostenida denunciando la indefensión en que se encuentran grandes segmentos de la población del país. Nada se dice de los abusos a que son sometidos a diario trabajadores y consumidores chilenos. Con justa razón, el ex mandatario hace la denuncia. No hay excusa posible para tal estado de cosas. ¿El sexo es más importante que lo social? ¿O es menos “desestabilizador”?
Lo que está en juego en lo valórico es de gran valor.

martes, enero 16, 2007

MORAL PÚBLICA, MORAL PRIVADA

(15.1.07)
Por Wilson Tapia Villalobos


Algo no está funcionando en Chile. Los discursos sobre moralidad no buscan mejorar las cosas, sino sacar dividendos políticos. Y eso sólo provoca confusión entre lo que deberían estar claros, que son los ciudadanos. En la cantinela de la corrupción, todas las bocinas apuntan hacia el aparato estatal. Allí está la fuente de la corrupción, dicen. ¿Y los privados?, me pregunto yo. ¿No son ellos los que corrompen para sacar dividendos? En esto no estoy hablando sólo de los empresarios, sino también de los políticos y sus Partidos.
La corrupción es un cáncer demasiado importante como para tratar de curarlo sólo con pirotecnia. Con la complejidad social existente y con los avances que hoy exhibimos, se deben aplicar medicamentos de última generación. Y eso implica ponerse de acuerdo acerca de qué se está hablando.
Yo escucho al empresario Sebastián Piñera, líder de la derecha chilena, y quedo convencido de que la mayoría de mis compatriotas y yo, estamos equivocados. Deberíamos hacer seguido en dictadura, con la derecha gobernando a sus anchas. No importa que en esa época el 40% de la población estuviera en niveles de pobreza. Quizás por qué razón, la sensibilidad de los empresarios no se hacía sentir. Pero ahora las cosas serían distintas, afirma Piñera. Un dato importante: cuando fue candidato presidencial en la última elección, ninguno de los sindicatos de sus empresas sacó siquiera una breve declaración avalando sus condiciones de buen patrón.
Si uno le pone atención a los conservadores líderes de la Unión Demócrata Independiente (UDI), que estuvieron profundamente involucrados con el régimen del general Pinochet, no sabe qué pensar. Ellos son los verdaderos representantes de la gente más humilde. La Concertación aparece -no sin méritos verdaderos- como la genuina agente de los sectores adinerados del país.
Para aumentar la confusión, si la atención la dirigimos hacia el senador Fernando Flores, ahora concertacionista independiente, lo moral es buscar un entendimiento entre todos para hacer buenos negocios y tener harta plata. De un plumazo, nos ponemos creativos y entramos al mundo moderno por la puerta grande. En su misma postura están varios referentes de los partidos de la Concertación, tres socialdemócratas y uno social cristiano. Y los que no se hallan en esa parada, guardan un desconcertado silencio que, en definitiva, es aceptador.
Como si todo esto fuera poco, aún queda lidiar con ministros como Eduardo Bitrán. Desde el Ministerio de Obras Públicas lanza frases tan potentes como, me imagino, eran las que repetían los grandes avatares luego de una revelación. En materias espirituales, eso es iluminación. En política, es fundamentalismo. Es no reconocer que verdades hay varias. Bitrán eso parece haberlo olvidado. Y, por ejemplo, hace una defensa cerrada de los cobros agiotistas de las autopistas concesionadas. Él sostiene que hay que pagar, porque el Estado no puede destinar plata de todos los contribuyentes para beneficiar “sólo a los automovilistas”. Y como los chilenos somos medios quedados, nadie le dice que eso es falso. Que sin autopistas, los que sufren las consecuencias son, especialmente, los que no tienen automóviles. Calles atochadas impiden el desplazamiento rápido de la locomoción colectiva. Y es en esos vehículos en que se traslada la mayoría de los chilenos a sus trabajos. ¿Quién se beneficia? Si los automovilistas escuchan a Bitrán y hacen uso de las rutas alternativas, Santiago se transformará en un martirio mayor.
Estoy a punto de darle la razón a Flores. Hay que hacer un gran acuerdo entre todos para que haya mas equidad en el reparto de la riqueza. Pero para eso no basta con las buenas intenciones de los que tienen poco o nada. Los que tienen mucho deben abrir el bolsillo y tal actitud no se ha visto hasta ahora en el país. No voy a caer en la certera frase del senador socialista Camilo Escalona, que llamó a los empresarios chupasangre. Pero algo de eso hay. Si no me cree, fíjese en lo que pasó cuando se trató el tema de los impuestos. La sugerencia hecha por los ex presidentes Aylwin y Lagos de aumentar impuestos a resolver problemas sociales, fue rechazada de inmediato por el....ministro de Hacienda Andrés Velasco. El mismo que se opone a utilizar plata de los excedentes del cobre para mejorar la situación de los más necesitados, porque generaría inflación. Por lo tanto, la plata se queda afuera en la banca internacional. El ministro no está defendiendo su patrimonio. Sus palabras representan el sentir del empresariado que se niega a discutir siquiera la posibilidad de aumentos impositivos. Y si nos hay sensibilidad social y se rechaza el incremento de los impuestos, queda poco por hacer para evitar la vergonzosa concentración económica.
¿Qué tiene que ver esto con la moral? Las conductas morales involucran a todos los ciudadanos de un país. Pero aquí, hasta ahora sólo se escuchan las propuestas de quienes manejan el poder. El resto no tiene altoparlantes. Y si, por casualidad, se oyen algunas de sus sugerencias, de inmediato son calificadas de desestabilizadoras. Claro, tienen razón, son desestabilizadoras del orden establecido que es el que, supuestamente -sólo supuestamente- se debiera cambiar. Eso se llama moral de doble estándar.

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DEMOCRACIA AUTORITARIA

(9.1.07)
Por Wilson Tapia Villalobos

El diccionario político está procesando un nuevo término. Democracia autoritaria puede parecer una contradicción esencial, pero politólogos con cierto sesgo han comenzado a propalarlo para explicar un fenómeno que, dentro de su concepción, no estaba considerado: que los electores designen al gobernante que se les antoje. O, más claramente, que tal designación recaiga en alguien ajeno al establishment. Un personaje que, valiéndose de las herramientas legales establecidas, llegue al poder para tratar de cambiar el horizonte de lo políticamente correcto.
Para explicar la “democracia autoritaria”, se refieren, por ejemplo, a los gobiernos de los rusos Boris Yeltsin y Vladimir Putin. Agregan otros regímenes de la misma zona en que antes estuvo la Unión Soviética. En general, dirigentes con un pasado comunista, aunque ahora sus relaciones y pensamientos sean otros. Un factor adicional común es que no tienen demasiada simpatía por la política norteamericana en general, ni por la que hoy impulsa el presidente George Bush, en particular.
Y, claro, hollando este sendero, en América Latina llegan a Hugo Chávez, el presidente de la República Bolivariana de Venezuela. Sí, el mismo que acaba de llamar “pendejo” a nuestro carismático José Miguel Insulza, actual secretario general de la Organización de Estados Americanos (OEA). (Antes de seguir, digamos que los venezolanos utilizan el término como sinónimo de cobarde, pusilánime, calzonazos, infeliz, desgraciado. Nada que ver con el vello púbico. Hago la aclaración para que no se ofendan las púdicas miradas de nuestros dirigentes políticos y evitar también malos entendidos que, cuando se trata de Chávez, brotan como los hongos después de la lluvia).
Lleguemos, pues, a la conclusión de que la posmodernidad nos ha traído, junto con el neoliberalismo y la globalización, la democracia autoritaria. Y que, obviamente, es una práctica desestalibilizadora. Que los pueblos, con esa cortedad de vista que los caracteriza, la asumen y después tendrán que pagar las consecuencias. Existen casos emblemáticos en el subcontinente. El más cercano es el del presidente Salvador Allende. A él no lo acusaron de practicar la democracia autoritaria, porque el término aún no se acuñaba. Pero dijeron cosas peores. Que llevaba al país al comunismo, fue lo más recurrente, aunque hasta el final respetó de manera irrestricta las reglas del juego democrático. Sabemos que la salvación vino a través de un golpe militar del que aún el país no se repone, pese a que las florituras de los éxitos económicos de unos pocos a veces no dejan ver el dolor de muchos.
Por eso es que a nadie puede extrañar que el presidente venezolano desestabilice a la región. Ahora se le ocurrió anunciar que el consorcio comunicacional Radio Caracas Televisión (RCTV) no obtendrá la renovación de la frecuencia televisiva, cuya concesión termina en 2007. Las acusaciones han menudeado. Chávez está atentando contra “la libertad de información”, se afirma. Radio Caracas TV, que pertenece al conservador Marcel Granier, mantiene una línea opositora vociferante contra la administración chavista. Y como Chávez es un demócrata autoritario, le aplicará los preceptos legales vigentes y no renovará la concesión. A todas luces, un atentado mayor a las reglas de lo políticamente correcto.
Como el despropósito es tan evidente, el secretario general de la OEA se sintió tocado. Reaccionó con ira democrática a secas. Como buen diplomático, envió una nota al gobierno de Caracas, en la que pedía mesura y manifestaba la preocupación del organismo que dirige. Insulza olvidó, sin embargo, algunos detalles, menores por cierto. La soberanía de Venezuela faculta a su gobierno a aplicar el estado de derecho vigente en el país. RCTV, es uno de los varios canales opositores que existen en Venezuela, aparte de numerosos diarios y radioemisoras. Hay que recordar, por ejemplo, que ha sido la propia OEA la que ha validado las 12 elecciones que Chávez ha ganado en los últimos años. Y si no hubiera existido al menos igualdad informativa difícilmente hubiera dado aquel visto bueno.
Siempre es molesto ver confabulaciones cuando se trata de temas de alcance internacional. Pero con la globalización, de repente se pierde la compostura. En este caso, creo que con Insulza uno puede preguntarse por qué se metió en este brete. No hay razón aparente. Es más, su cargo lo inhabilita. Pero si se mira el escenario internacional, resulta evidente el desbalance de poder. Chávez es un personaje molesto para la actual administración norteamericana. Y quitarle validez internacional puede ser el primer paso a acciones mayores.
El papel de nuestro José Miguel ha sido complejo. Por lo menos, unilateral. Que yo recuerde, ni siquiera cuando era ministro del Interior en Chile denunció el desbalance informativo que aquí sí existe. Jamás se preocupó de alertar en contra de los atentados a la libertad de expresión que vivimos a diario. Porque recibir a través de los medios masivos de comunicación una sola versión ideológica de los hechos no habla de amplitud democrática precisamente. Y eso es lo que se vive en el país del secretario general de la OEA.
En definitiva, Chávez desestabiliza. O, dicho de otro modo, la estabilidad sólo se mira con la óptica de quienes manejan el poder económico. Lo que intente hacer el resto para resolver sus carencias o defender sus intereses, es un atentado a la estabilidad. Y tienen razón ¿Cómo se les puede ocurrir querer terminar con el sistema de reparto de la riqueza actual? Hay unos pocos que lo están pasando muy bien. Que muchos lo pasen mal, es un detalle que mientras se ignore no desestabiliza a nadie.

martes, diciembre 19, 2006

¡ALELUYA!

(17.12.06)
Por Wilson Tapia Villalobos

Los textos de historia lo dirán. En el año 2006 se abrió el cielo y un rayo luminoso cayó sobre una angosta faja de tierra. En cuanto al color del haz, habrá distintas versiones. Que azul, dorado, blanco, rosado -nadie se atreverá a decir derechamente rojo-, violeta, en fin, no existirá acuerdo. Pero todos coincidirán en la potencia de la luz aquella. También en que bajó de lo alto y que melodías incomprensibles acompañaron su paso. Las teorías al respecto serán numerosas. Casi todas apuntarán a que los oídos humanos, imperfectos, fueron incapaces de comprender los arpegios. Y en cuanto a lo que vino después, las páginas de la Historia se transforman casi en crónicas. Son profusas. Recogen una zalagarda en que participan personajes de distinto pelaje y responsabilidades.
Eso, seguramente, recogerá la Historia. Mientras tanto, la estamos escribiendo. AportanJustify Fulldo datos para este gran cuento que representa el desarrollo de la nación chilena. Pareciera que nos encontramos inmersos en el descubrimiento de la moral. Todos aquellos que creen tener alguna gravitación, asumieron el tema valórico. Y para eso recibieron distintos apoyos, reales o fraguados. Desde píldoras anticonceptivas, a raterías y desfalcos al erario nacional.
De pronto, los dirigentes políticos y hasta líderes religiosos, cayeron en cuenta de que en esta copia feliz del edén, algo no andaba. Mucho con los éxitos macroeconómicos, mucho con la imagen del Chile exultante de logros comerciales, pero poco, muy poco, con el crecimiento interior. En resumen, creyeron descubrir que la corrupción, como una macha de aceite, se expandía por la epidermis del país. Y eso bastó. Iluminados todos, sacaron sus armas y se aprestaron a la gran batalla moralizadora. Antes, como buenos estrategas, fueron a la calculadora, sumaron y restaron.
Estamos en plena batalla de este año glorioso. La derecha crucifica al gobierno de Michelle Bachelet por no cortar de cuajo las hebras de la corrupción. El cardenal Francisco Javier Errázuriz clama por una nueva moral que ilumine, mientras visita en su lecho a un delincuente enfermo. Los partidos de Gobierno también han saltado a la arena, tratando de evitar que las lanzas opositoras demuelan sus estructuras. En resumen, todo un espectáculo propio de la virtualidad en que vivimos.
Si uno mira las cosas con alguna perspectiva y un poco de sentido de la trascendencia, puede creer que estamos ante un verdadero milagro. La derecha no ha escatimado epítetos para mostrar al Gobierno actual y a su sustento político, la Concertación de Partidos por la Democracia, como una manga de inmorales ladronzuelos que, peso a peso, quieren llevarse el erario nacional a las cajas fuertes de sus partidos. Y, algunos, directamente a su casa. Iluminados de improviso, los dirigentes de Renovación Nacional (RN) y de la Unión Demócrata Independiente (UDI), son categóricos. Como siempre ocurre con aquellos que de pronto toca, por circunstancias ignotas, el efluvio de la divinidad.
Por desgracia, este estado de santidad no llegó antes. Habría evitado tantos males. Por ejemplo, que el Estado chileno sufriera el desmantelamiento, en dictadura, de sus estructuras productivas vendidas a precio vil. Y hoy no tendríamos que escuchar a uno de los que se benefició con tales argucias, el ex candidato presidencial de la derecha, Sebastián Piñera, hablando de corrupción y mirando hacia el frente. Nos habríamos ahorrado el sermón moralista de los dirigentes de la UDI que se encontraban en primera fila en el funeral del general (r) Augusto Pinochet. Allí estaba hasta el presidenciable Pablo Longueira, olvidado, al parecer, de sus críticas a la preponderancia del dinero sobre lo humano. Chile se podría haber evitado escuchar a Carlos Larraín, presidente de RN, pontificando acerca de los peligros de “la extrema izquierda” en el gobierno. Con algo más de sofisticación -y espero que sin connotaciones de género-, Larraín debe compartir el contenido del refrán a que era tan adicto el general muerto recientemente: “Matando a la perra, se acaba la leva”. Sus sumas y restas lo habrán llevado a la conclusión, igual que a sus aliados, que este es el momento para desguazar la Concertación.
En el bando gobiernista el rayo también produjo efectos. Primero tocó al senador Fernando Flores. Arremetió en contra de su propio partido, el PPD, tratando de desbaratar la máquina con que lo maneja su contrincante, el también senador Guido Girardi. Pero en sus palabras dejó claro que la corrupción había llegado a la política, en general, y a la Concertación, en particular. Incluso advirtió que después de estas escaramuzas lo que viene es el crimen político. Todo apocalíptico, como corresponde a un mensaje ultraterreno.
A Flores lo siguieron el democratacristiano Edgardo Boeninger, el PPD Jorge Schaulsohn y socialista Gonzalo Martner. Los únicos que faltan en este maratón de flagelaciones son los radicales. Es posible que por pequeños, esperen pasar inadvertidos y no tengan que hacer suyo este lamentable tema de la corrupción política. Como son los parientes pobres de la Concertación, puede que los desvíos de dineros fiscales para sus campañas hayan sido del mismo calibre del peso que les dan en el Gobierno: escaso.
Lo que llama la atención en este coro autocrítico, es que haya esperado diecisiete años para cantar. Todos reconocen que son hechos que existen desde el arribo de la Concertación a La Moneda. Schaulsohn, con su mirada siempre grandilocuente, llegó a hablar de ideología de la corrupción. Y si todos sabían ¿por qué sólo ahora decidieron hacer la denuncia? Flores, Boeninger, Schaulsohn, Martner, no han sido ajenos a los gobiernos de la Concertación. ¿Por qué no hablaron antes y evitaron el robo y, de paso, que la corrupción creciera?
La respuesta puede ser simple, pero variada. Schaulsohn, parece haber llegado a la conclusión que las clarinadas que acompañaron al rayo maravilloso anunciaron la creación de un referente de centroderecha -PPD, DC y RN incluidos- en que él sería una especie de tótem viviente. Los restantes personajes tal vez hicieron un cálculo menos personal y coligieron que la clave es el tiempo. Posiblemente, las sumas, las restas y, en este caso también las multiplicaciones y divisiones, los empujaron a subirse al carro de la denuncia. Y más valía ahora que después. Con razones bastante mediáticas y afincadas en la virtualidad social y política en que vivimos, saben que es difícil mantener las noticias en el tiempo. O, más claramente, el interés por un tema no puede durar mucho. Jamás cuatro años. Por lo tanto, aceptar las culpas ahora ayudaba a mostrar una actitud ética transparente -igual que la de la derecha- y para la próxima elección, capaz que todo partiera de cero.
Yo sigo esperando que llegue verdaderamente un rayo milagroso. ¡Aleluya!

sábado, diciembre 16, 2006

LAS PLATAS MANDAN

(4.10.06)
Por Wilson Tapia Villalobos

Hoy, más que nunca, es cierto aquello de que las platas mandan. Hasta en el póquer es “plata o plato”. Y en política pasa otro tanto. La ley de presupuesto para el 2007 le ha permitido a la presidenta Bachelet recuperar la iniciativa. Es posible que sea por poco tiempo, pero es la primera vez que en sus cortos meses de mandato puede disfrutar de algo de paz y ver como sus contrincantes retroceden.
Hasta ahora, entre la oposición externa y la oposición intra Concertación, se las habían arreglado para que Bachelet o estuviera paralizada o se mantuviera a la defensiva. Ejemplos hay varios. Está el caso de Venezuela. Sin ir tan lejos, la discusión por temas valóricos. También la pretensión de la Iglesia Católica de transformarse en árbitro social. Y no se puede olvidar la intención de la derecha de erigirse en vocero de los sectores más maltratados salarialmente. En fin, toda una batería de herramientas para generar problemas al gobierno que, por primera vez en Chile, encabeza una mujer.
Este último punto no es menor. Obviamente no es el elemento que determina la actividad opositora. Ésta tiene como orientación básica alcanzar el poder. Sin embargo, el hecho de que Bachelet sea señora y no caballero, es un plus que ni siquiera la senadora Soledad Alvear está dispuesta a desaprovechar. Todo vale para coronar exitosamente sus intenciones de llegar a La Moneda lo más pronto posible.
En eso estábamos cuando la Presidenta sacó su proyecto de presupuesto 2007 y lo presentó al Congreso. El ministro de Hacienda, Andrés Velasco, fue el encargado de hacerlo público. Pero nadie puede dudar que las directrices pertenecen a lo que Bachelet prometió en su campaña. No es casual que el presupuesto considere un 68% de su contenido destinado al gasto social. Tampoco es casual que el aumento del 8,9% sea el más alto de los gobiernos de la Concertación, junto con el del segundo año de Patricio Aylwin. Entre aquel y éste hay varias diferencias, es cierto. Hoy no hay ninguna imagen que borrar. Por el contrario, Bachelet podía haberse dado el lujo de seguir en la misma senda que marcara su antecesor.
Claro que había otras consideraciones que no era posible pasar por alto. La primera, que la presidenta necesita, de manera urgente, recuperar la iniciativa. Y hacerlo sin renunciar al estilo matriarcal que ha impuesto. Es decir, firmeza en las convicciones, pero sin espíritu confrontacional y buscando la inclusión. Algo así como abrir caminos a la participación, sin que nadie se atosigue con la novedad. Porque al parecer los chilenos recién están despertando del letargo autoritario y todavía no digieren bien que su destino les pertenece.
Otra consideración importante es que para el 2007 se calcula que el superávit fiscal alcanzará a la nada despreciable suma de US $20 mil millones. Una cifra difícil de dimensionar en pesos. Pero baste decir que representa más de la mitad del total del presupuesto del año próximo. Como si esto fuera poco, se calcula que en el 2007 el precio del cobre seguirá cercano a los US$3 la libra y los combustibles, que son el talón de Aquiles de la economía chilena, experimentarán una baja, aunque no sustantiva.
Finalmente, una tercera consideración se refiere a que los gremios parecen estar despertando. Aunque los trabajadores chilenos carecen de organizaciones fuertes, se constatan manifestaciones de que se estarían encantando nuevamente con aquello de: la unión hace la fuerza. Y las paralizaciones en servicios estatales parecen marcar una tendencia que difícilmente podrá ser ignorada. Agreguemos que también en la minería privada ha habido movimientos que resultaron victoriosos. Eso no hace más que generar un efecto demostración que provocará tensiones sociales. En resumen, es posible que la democracia de los acuerdos, que se impuso a partir de los ´90, tenga que considerar a un nuevo actor hasta ahora ignorado: los trabajadores.
Todos estos elementos hacen que el primer presupuesto de la Presidenta Bachelet sea interesante. Nadie puede negar su clara intencionalidad social. Para la derecha, incluso, el presupuesto es asistencialista. Sus personeros hubieran preferido que los nuevos recursos presupuestarios se destinaran a estimular el empleo vía baja de impuestos, por ejemplo. Una vieja aspiración que, generalmente, es presentada como sensibilidad por la carga tributaria que debe enfrentar la clase media. Se trata, en realidad, de una semi verdad, ya que el objetivo central sería lograr bajar los impuestos sobre las utilidades de las empresas. Esa parece ser la varita mágica para aumentar el empleo. Pero como en todas las propuestas sobrenaturales, no hay comprobación experimental. Las veces que se ha aplicado aquí, ha sido un estímulo a la concentración de la riqueza y no una señal que lleve a repartir beneficios vía mejores salarios.
Para la Comisión Económica del Partido de la Presidenta, el Socialista, la avaricia con que trata los recursos el ministro de Hacienda no se compadece con la situación real del país. Los miembros de esa Comisión creen que está bien ser cuidadoso. Pero estaría mal asumir lo que llaman una “sobre responsabilidad fiscal”. Así denominan el “juntar plata para el desarrollo de otros países, que son los receptores de nuestros créditos, en circunstancias que estamos lejos del umbral del desarrollo”. En cambio, estos socialistas piensan que no estaría mal destinar algo de esos US$20 mil millones a inversiones que siempre han sido postergadas por falta de plata. Entre ellas, el complejo hospitalario de la zona Oriente de Santiago; embalses que hace años esperan financiamiento en Obras Públicas; aportar recursos para terminar con las colas de quienes aspiran a una vivienda a través del Servicio de Vivienda y Urbanismo (SERVIU); apurar la construcción de establecimientos escolares; mejorar la infraestructura carcelaria; desarrollar planes de energía alternativa, y un gran etcétera.
Así están las cosas. Lo concreto es que el balón se encuentra en el campo de la señora Presidenta.

ATRASADOS OTRA VEZ

(27.9.06)
Por Wilson tapia Villalobos

Pese a sus desplantes, los políticos chilenos siguen llegando atrasados a abordar el barco de la historia. Y no unos pocos minutos. A juzgar por el rumbo que está tomando el mundo, la confusión de nuestros líderes es profunda.
En Suecia acaba de imponerse la derecha. Una alianza de partidos encabezada por Fredik Reinfeldt, desplazó del poder a la Socialdemocracia después de que ésta lo ejerciera durante 65 años. Como la experiencia socialdemócrata sueca fue larga, sirvió para que varias generaciones de políticos chilenos se miraran en ella. Antes de la caída del muro de Berlín, la izquierda observaba con desprecio a esos tibios personajes que intentaban sensibilizar el capitalismo, no cambiarlo por otro sistema a través de una revolución. Cuando el Muro se vino abajo, la Socialdemocracia tomó otro cariz para la izquierda. Tanto, que hoy, con excepción de la Democracia Cristiana, el resto de la Concertación pertenece a la Socialdemocracia Internacional. Es una especie de reconocimiento de que la posibilidad revolucionaria se ha esfumado.
Ahora que las cosas empiezan a cambiar para los que fueron sus referentes, afloran las sorpresas. Si se planteara en Chile el programa de la Alianza por Suecia, se consideraría de izquierda. No en relación con la Alianza por Chile, cuestión nada sorprendente, sino respecto de la Concertación.
Los suecos derechistas que asumen ahora el Gobierno no están dispuestos a desbaratar el Estado de bienestar que caracteriza al país nórdico. Eso significa que sus ciudadanos disfrutan, por ejemplo, de 480 días de permiso por maternidad. La educación es gratis hasta la Enseñanza Media. Cualquier estudiante sale de sus aulas dominando tres idiomas como mínimo -sueco, alemán e inglés- y la educación superior está preparada para entregar formación continua. La salud es subvencionada en 80%. El Estado interviene fuertemente en la economía del país. Los impuestos que pagan las empresas son de los más altos del mundo. La vialidad no ha sido privatizada. El desempleo es asumido por el Estado. En resumen, el ciudadano sueco se halla protegido desde el nacimiento hasta la muerte. Pese a lo que pudiera pensarse en Chile, la economía sueca creció el año pasado en 5,6% y mantiene compañías que alcanzan grandes utilidades, como Erikson, Ikea y Volvo.
Pese a lo exitosos, tales logros no han engañado a los dirigentes del país. Saben que el modelo industrial no les entregará las respuestas que requieren. Es imposible que con el tamaño de su economía puedan competir con China o India. Por ello es que el proyecto nacional que se impulsa desde hace años apunta a insertar fuertemente a Suecia en la sociedad del conocimiento, estimulando la creatividad, la eficiencia en el management, la excelencia en la prestación de servicios y realizando un esfuerzo sostenido en investigación.
En eso estaban los socialdemócratas cuando los electores les dijeron que querían ver caras nuevas. Votaron por la derecha por una serie de factores. Varios relacionados con la seguridad ciudadana, con la falta de proyectos que ayudaran a despejar el futuro. No porque ésta ofreciera bajar los impuestos a las empresas. Tampoco porque propusiera terminar con la carga fiscal que significa mantener las granjerías del Estado de bienestar. Nada de eso ofreció la derecha. Sí, flexibilizar la legislación laboral. En otros términos, permitir despidos y contrataciones sin enfrentar las trabas que hoy existen y que fueron creadas para defender al trabajador. Igualmente, se aprestan a reformar el sistema que permite enfrentar el desempleo -sin eliminar completamente el seguro. También se proponen terminar con la presencia del Estado en empresas como Bancos y líneas aéreas. Pero nada que pueda afectar las bases que sustentan al Estado de bienestar.
Los ajustes que la sociedad sueca pretende hacer a su modelo parten de un proyecto que requirió 65 años para llevarse a cabo. En Chile, en cambio, el pensamiento renovado pretende saltarse etapas. Por ejemplo, la propuesta del senador socialista Carlos Ominami, de terminar con las indemnizaciones por despido, puede surtir efecto en Suecia. Tal vez allí incentive el proceso económico sin dañar severamente a los trabajadores. Es posible que sea así porque el punto desde el que se parte es muy diferente al se encuentra el trabajador chileno. Dejando de lado las diferencias profundas de nivel de vida entre una y otra sociedad, aún queda pendiente la capacidad de defensa que tiene el trabajador. Aquí prácticamente no existe.
Mientras los suecos de derecha ni siquiera piensan en bajar los impuestos a las utilidades de las empresas, que en varios casos superan el 50%, en Chile el tema impositivo no se puede tocar. Ni siquiera para terminar con la iniquidad de que los Bancos impongan sobre sus utilidades. Por lo tanto, cualquier ajuste tiene que ser a costa de los bolsillos de los menos protegidos. De los con menos poder. De los pobres.
Si la izquierda chilena se encuentra atrasada, la derecha no lo está menos. Es cierto que en su seno hay quienes hablan de una “centro derecha popular”. Pero sólo se atreven a exhibir el slogan. Son pocos los que osan dar pasos concretos en tal sentido. Y cuando lo hacen, se les cuestiona drásticamente. En cuanto a los temas valóricos, los derechistas de aquí están a muchos años luz de los derechistas de allá. Nunca se ha escuchado que los suecos se refugien tras los hábitos religiosos ante el primer desafío valórico. Allí hay un cambio que tiene que ver con la historia. Con el momento que vive el mundo y que ellos han seguido y han liderado muchas veces. Aquí se intenta llegar a las soluciones desde arriba. Tratan de usar a la economía como si fuera una fuerza mágica que lo puede todo. Pero la cabeza no sirve sólo para sumar, restar, multiplicar y dividir. No sirve sólo para pensar en cómo acumular poder. También contiene aspiraciones. Y entre ellas, está imaginar un mundo mejor para todos. Si no lo entienden de una vez, nuestros políticos seguirán llegando atrasados de puro sagaces que son.

LA HISTORIA DEL SILENCIO

(20.9.06)
Por Wilson Tapia Villalobos

Cuando Francis Fukuyama lanzó su opúsculo El fin de la Historia, muchos creímos que era un exceso de triunfalismo. Era cierto que el muro de Berlín había caído. De los socialismos reales quedaba poco más que nostalgia. Hacía tiempos que los Partidos Comunistas del mundo se desgranaban en vertientes con distintos apellidos. Pero de allí a pensar que el capitalismo, con su secuela política de neoliberalismo, era alternativa omnímoda por los siglos de los siglos, había mucho trecho. Sobre todo, que las naciones pobres conocían lo que podía hacer el mercado. Sabían que no estrechaba la diferencia entre ricos y pobres, por el contrario. Pese a todo, hoy la realidad se va dibujando con el prisma de los globalizadores y ese no es otro que el del primer mundo. El de Fukuyama, con aditamentos del pensamiento algo más conservador de Samuel Huntington.
En líneas gruesas, en aquello del fin de las ideologías, Fukuyama parece haber tenido razón. Tal vez no en que éstas hayan desaparecido, sino en la viabilidad que pueda tener su aplicación. Pero, obviamente, la aseveración es demasiado rimbombante. La historia terminará con la desaparición del hombre de la superficie Tierra y de la faz de cualquier otro planeta. Pero después del 11 de septiembre de 2001, el mundo rico semejaba una sola pieza acerada, transido por el miedo al terrorismo. Después comenzaron a aparecer diferencias.
Europa intenta dejar atrás la concepción del Estado nación, para caminar hacia un orden con parámetros más amplios. Esa aspiración está afincada en valores morales. Sin embargo, su principal aliado y la primera potencia del mundo, Estados Unidos, se encuentra en una posición diferente. Sigue con la antigua concepción de la Nación, y el pragmatismo de la defensa de sus intereses lo lleva por otros caminos. Para Europa parece ser extremadamente incómodo que el socio principal deje de cumplir pactos internacionales en materia de medio ambiente, desarme, legalidad internacional y derechos humanos. Pero no puede hacer más que callar. Y el pragmatismo lo lleva también a seguir en la comparsa.
Tal vez Fukuyama apuntó certeramente al advertir que la civilización occidental lograría imponer sus paradigmas. Esto no es una novedad que pueda deslumbrarnos. Imanuelle Wallerstein ya sostenía que en la historia ha habido sólo tres revoluciones. La primera fue la Agrícola. La segunda, la Industrial. La tercera, la Comuna de París. El resto no resultaron sino intentos fallidos: el capitalismo fue capaz de adecuarse a las demandas que planteaban las fuerzas revolucionarias y arrebatarles sus banderas.
El tema es para sesudos análisis e involucra la vida de miles de millones de seres humanos. Hoy resulta bastante obvio que el sistema neoliberal es concentrador de riqueza, en vez de ser un buen repartidor. Por lo tanto, amplía la brecha entre ricos y pobres. Pero no existe alternativa y los llamados a sensibilizar el capitalismo salvaje -que han hecho, incluso, líderes espirituales- hasta ahora terminaron en oídos sordos.
Llevando la cuestión a la cotidianeidad de la política, a uno le parece comprensible que los comunistas no quieran seguir pateando piedras. Que acepten que el momento del diálogo ha llegado, como si el sistema binominal lo hubieran creado ellos. Pero en fin, está bien un poco de pragmatismo para la supervivencia. Se torna algo más complejo, sin embargo, que el hasta ayer líder de la derecha chilena, Joaquín Lavín, hable de una centroderecha popular e intente actuar como su adalid. Y, aún más, que un dirigente del socialismo -el senador Carlos Ominami-, quiera terminar con las indemnizaciones por despido para repotenciar el desarrollo económico.
A la vista de estos ejemplos, resulta claro que las ideologías políticas como las conocimos dejaron de tener sentido. La derecha y la izquierda viven gracias al pragmatismo. Pero no representan a aquellos con quienes se les identificaba en el pasado. Por otra parte, siguen existiendo bastiones que uno podría llamar conservadores por el sólo hecho de subsistir. Uno es la Iglesia Católica, cuya oposición a cualquier tipo de control de natalidad o sexo seguro la transforman en una rémora.
Vivimos en un mundo que ha cambiado. Y está quedando demostrado, una vez más, que algunas veces el mundo cambia mucho más rápidamente que la mentalidad humana o que sus instituciones. ¿Qué tiene de socialista la propuesta del senador Ominami? ¿Cómo puede la Unión Demócrata Independiente (UDI) ser popular si defiende los intereses de la derecha económica? ¿O tales conceptos no tienen ya razón de ser? O, más preciso aún ¿los partidos políticos, como estaban concebidos y aún subsisten, dejaron de tener sentido?
Es posible que el pragmatismo nos esté haciendo escribir ahora la historia del silencio. Los europeos, porque no cuentan con fuerzas para oponerse e imponer parámetros morales. Los pobres, porque carecen de poder para rebelarse y tienen que sobrevivir. Los dirigentes políticos, porque necesitan convencer que siguen siendo leales a sus postulados populares, unos, y, otros, porque tienen que esforzarse por alejar cualquier duda de que los intereses de los pobres y los ricos son los mismos.
A cada uno le corresponde sacar sus conclusiones.

AUNQUE DUELA

(24.9.06)
Por Wilson Tapia Villalobos

En Chile se habla mucho de asumir nuestra historia. De que sólo aprendiendo del pasado se puede construir el futuro. Pero lo que muestra el espejo no gusta. Es así en todo orden de cosas. ¡Si todavía escuchamos que los detenidos desaparecidos se esfumaron! Que hay que perdonar, pero los responsables no aparecen por ningún lado. Si a alguien se le ocurre sugerir que es necesario pedir perdón, no falta la frase descalificadora. Incluso, los chilenos tienen que creer que las Fuerzas Armadas y Carabineros, autores materiales de crímenes y torturas, nada saben de esos compatriotas a quienes un día detuvieron, se los llevaron y nunca más aparecieron. Y para que hablar de lo que ocurre con el general Augusto Pinochet. Lo trajeron desde Londres para juzgarlo en Chile. Y ahora lo único que parece esperar la justicia chilena es que el tiempo le evite cumplir con su deber.
En estos días el escándalo se ha producido porque el embajador de Venezuela en Santiago, Víctor Delgado, dijo una verdad que aparecerá en todos los libros de historia. Afirmó que la Democracia Cristiana impulsó el golpe militar contra Salvador Allende. Y agregó que ese mismo Partido está en contra del gobierno del Presidente Hugo Chávez porque éste representa valores similares a los que encarnaba el ex mandatario socialista chileno. Además, recordó que cuando se produjo un golpe contra Chávez, en el 2002, Santiago reaccionó apoyando la asonada, igual que Washington. El presidente de entonces, Ricardo Lagos, justificó a los golpistas, pese a que el gobierno de Caracas era un régimen democráticamente electo. Cuarenta y ocho horas más tarde, cuando el poder volvió a manos de Chávez, las explicaciones fueron variadas, pero lamentables. Le costó la cabeza al embajador chileno en Caracas, Marcos Álvarez. Fue el pato de la boda. En ese momento, la canciller era la actual Presidenta de la DC, la senadora Soledad Alvear. Ya en aquel entonces la animadversión contra Chávez y su gobierno era cuestión manifiesta. De parte de Lagos, porque parece que la personalidad ríspida del venezolano no le va bien al regio estadista que Lagos lleva dentro. En la señora Alvear, en cambio, deben influir otros factores. Es la esposa de Gutenberg Martínez, presidente de la Organización Demócrata Cristiana de América (ODCA). De más está decir que los democratacristianos venezolanos, luego de las seis elecciones que Chávez ha ganado, desaparecieron del mapa político de su país.
Lo que dijo Delgado es cierto. Pero no está dentro de los cánones diplomáticos. En estas materias, los embajadores -con excepción de los de EEUU, que más bien tienen patente de corso- son lo más parecido a monos de peluche. Su misión es estar siempre con el viento que sopla en la nación en que representan a su país. Si mienten, no importa. Nadie les pide que digan la verdad. Pero, eso sí, deben saber comportarse. Delgado no supo, aunque lo que dijo sea cierto.
A los demócrata cristianos no les gusta recordar. Les desagrada que les digan que dos de sus grandes íconos fueron golpistas. Que los ex presidentes Patricio Aylwin y Eduardo Frei Montalva estuvieron por el golpe militar. Que este último fue uno de los que organizó la asonada, creyendo, tal vez, que los militares dejarían pronto el poder y él sería el hombre del recambio. Eso incomoda. Sobre todo en estos momentos en que la figura de Frei empieza a surgir como otro mártir más de la dictadura. Pero por mucho que moleste, la historia es la historia, se escribe con las acciones y no se borra con el codo.
Esto ha dado todo tipo de material para quienes se oponen a que Chile apoye la postulación de Venezuela para un puesto no permanente en el Consejo de Seguridad en las Naciones Unidas. En realidad, se trata de un cargo de tercera categoría. Pero aquí lo transformaron en un tema en dirime contradicciones de política local. Y para ganar puntos contra el Gobierno, todo vale. Incluso que la presidenta pueda referirse al Presidente Chávez, como “Hugo”. Cuestión especialmente cuestionable por la personalidad del mandatario, materia que amerita comentario.
Es evidente que el presidente venezolano no es un político del corte que uno pudiera llamar habitual. Y a nuestra clase política le molesta todo lo que pueda sonar a “ordinario”, en especial si representa modos o intereses ajenos o contradictorios a los suyos. No importa que seamos uno de los países en que peor se habla el español en América Latina. No importa que el lenguaje cotidiano del chileno esté jalonado de groserías. No, lo que importa es la apariencia. Jamás a un político chileno se le ocurriría llamar a George Bush El Diablo. Eso divide, genera anticuerpos. Es belicoso. Un personaje así no puede representar a América Latina. Claro, el presidente Bush es respetable aunque mienta para invadir Irak. Sigue siendo respetable a pesar de crear la entelequia “el eje mal” para referirse a naciones soberanas que cometen el pecado de no estar de acuerdo con su política exterior. Nadie se atreve a cuestionar que funcionarios de inmigración norteamericanos hayan retenido arbitrariamente en Nueva York, durante 90 minutos, al canciller venezolano Nicolás Maduro. No importa que el ministro estuviera allí asistiendo a la Asamblea General de las Naciones Unidas. Esas acciones no merecen condenas de los políticos tradicionales chilenos de derecha o de la Concertación.
Chávez molesta porque es como es: ordinario, según la óptica elitista de quienes detentan aquí el poder. Aunque sea un poder pequeño, como el escribir una columna en diarios de la cadena El Mercurio o Copesa. Es la siutiquería de que hacen gala nuestros funcionarios diplomáticos de carrera. Es la siutiquería y ceguera de quienes creen que somos los mejores, aunque para sentirnos seguros de tal aserto tengamos que guardar la verdad debajo de la alfombra.

viernes, noviembre 24, 2006

¿EN LA UTI?

(24.11.06)
Por Wilson tapia Villalobos

Cuando frente a las crisis políticas los protagonistas coinciden en algo, hay que sospechar. Si Usted es simpatizante de la Concertación de Partido por la Democracia, puede estar tranquilo. Varios dirigentes del conglomerado estuvieron de acuerdo: la coalición está al borde del abismo. En cualquier momento puede morir. Las razones que esgrimen son las contradicciones valóricas, las descalificaciones, los intentos de asesinato de imagen y una enorme etcétera. Demasiado fácil. Mucha parafernalia. Incluso la aparición del ex presidente Ricardo Lagos aquietando los ánimos, más que la confirmación de una agonía es la reafirmación de un momento mediático especial que debía ser aprovechado. Se necesitaba la voz de un líder y él no dejó escapar la oportunidad. No importa que le quitara cámara a la presidenta Michelle Bachelet, cabeza natural y actual de la coalición.
No faltará quien me contradiga y sostenga que las diferencias son reales. Sí, eso no se puede negar. Pero siempre han existido. Y durante dieciséis años han podido superarse, porque de por medio estaba el usufructo poder. Eso tampoco hay que obviarlo.
No es nuevo que humanistas a secas y humanistas cristianos entren en contradicción. Los segundos tuvieron que ponerse apellido para diferenciarse de los primeros. A pesar de que el ser humano es uno solo y la naturaleza no lo dotó de ideología religiosa, por más respetable que ésta pueda ser. Si en los dieciséis años pasados no se presentaron discrepancias graves fue por temor. Al comienzo, temor a que los militares tuvieran algún pretexto. Después, temor a las sutilezas de la democracia. Me refiero a la necesidad de discrepar. Como desde el inicio se instauró una democracia de acuerdos que involucraba a la oposición, que hubiera diferencias en el interior de conglomerado de Gobierno resultaba absurdo. A los jefes de la Concertación les habrá parecido una exhibición impúdica de desunión y, por lo tanto, de falta de fuerza.
Pero con el paso del tiempo, los temores fueron quedando atrás. Y, sobre todo, el acontecer político demostró que Chile estaba listo para tener, no uno, sino dos presidentes socialistas. Está bien, lo diré también de otro modo: Los socialistas chilenos estaban listos para administrar un sistema neoliberal. Si bien eso es un logro histórico -porque han cumplido adecuadamente para los cánones de lo que es políticamente correcto en una democracia de consensos- generó un problema grave. La Democracia Cristiana, que es el mayor Partido de la Concertación, ha sido desplazada de la posibilidad de ejercer nuevamente la presidencia de la República por decisión del voto popular. Ricardo Lagos y Michelle Bachelet, para llegar a La Moneda, derrotaron primero a dos contendores democratacristianos. Y nadie les puede asegurar que en una futura confrontación la militancia concertacionista cambie de parecer y se incline por una mujer o un hombre de sus filas. De allí que la DC haya restañado rápidamente las heridas que dejó el paso de Adolfo Zaldívar por la presidencia del Partido y ahora esté abocada a explotar debilidades de sus socios. Por eso es que asumieron esa actitud draconiana en el caso de la corruptela de Chiledeportes. Por eso es que antes de que la justicia levantara el cadalso, ya habían ajusticiado a Guido Girardi. Ahora, con la misma rapidez han tenido que ultimar a uno de sus filas. Son costos de la celeridad de los tiempos de la política.
Allí han aparecido las descalificaciones. Y también han surgido en los llamados temas valóricos. Ya se sabía que había diferencias entre la DC y sus socios laicos del Partido Socialista (PS), algunos PPD y radicales, en materias tales como la píldora del día después, la eutanasia y el aborto. En este último tema, se ha llegado a extremos llamativos. Una mayoría circunstancial impuso una mordaza. El Parlamento chileno no puede discutir acerca del aborto. No es tema para intercambiar ideas. No existe. Hay que hacer notar que ya terminamos la transición y vivimos en una democracia plena. No es una ironía, ni siquiera es un mal chiste.
Pese a esto que pudiera parecer determinante y terminal, la Concertación tendrá que superarlo. La razón es bastante simple. La DC, los socialistas, el PPD, los radicales, desean seguir en el poder. Y por mucho que los democratacristianos coqueteen con la derecha, saben que no será fácil que puedan hacer con ella una coalición triunfadora. Eso, por un lado. Por otro, Renovación Nacional (RN) y la Unión Demócrata Independiente (UDI) quieren para sí el poder y no está en sus cálculos llevar a un democratacristiano como candidato presidencial. Si eso no fuera suficiente obstáculo, un desembozado viraje hacia la derecha provocaría numerosas bajas en las filas de la DC. Un costo alto que nadie parece dispuesto a pagar.
Por, lo tanto, es posible que veamos como los miembros de la coalición gobernante siguen pelándose los dientes. Pero las dentelladas dejarán heridas superficiales. Como son las heridas en la política. Pese a lo destemplados que aparecen algunos actores, nadie realizará actos suicidas. Todos saben que quedan tres años para arreglar el reparto. Me refiero a los roles de la obra, no de los panes.